Ciudades Inteligentes: Punta Arenas en la mira

25 / 06 / 19
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En un ejercicio notable de comprensión de la evolución de la historia humana, “Sapiens. De animales a dioses” (Yuval Harari, 2011) describe la historia de la humanidad desde la evolución de las especies humanas hasta el presente. Argumenta desde la historia que el homo sapiens domina el mundo porque fue el único animal capaz de cooperar flexiblemente en gran número, gracias a su capacidad única de creer en entidades imaginadas: dioses, naciones, estructuras políticas, redes comerciales, y ciudades.  

La ciudad, aquella manifestación de organización post revolución agrícola de la especie humana, se ha convertido en la forma de cooperación por excelencia. Esa cooperación, que inicialmente se produce como una manera de intercambio de los excedentes de producción de alimentos, ha ido cambiando en tiempo para convertiste en la principal forma de organización - y de población - del mundo.

Los desafíos que las ciudades enfrentan hoy apuntan a tener una mejor eficiencia en el uso de sus recursos, ahorro de energía, una mejora de los servicios entregados y el desarrollo sostenible y de largo plazo.

Las ciudades inteligentes - smart cities - son aquellas que deciden enfrentar un importante proceso de cambio organizacional, tecnológico, económico y social, con la visión de transformarse en una ciudad dinámica, capaz de responder con eficiencia y calidad a las nuevas expectativas que demanda la gente. Este concepto de ciudad se basa en tres principios: tecnología, sostenibilidad e innovación, y no podría existir de no lograrse un potente compromiso público y privado: la ciudadanía, las municipalidades, los gobiernos regionales, las empresas, las universidades, y en general, todas las instituciones y organizaciones que forman parte del ecosistema inteligente.

Una ciudad inteligente debe planificar, reorganizar y racionalizar sus servicios, no sólo por las restricciones propias de la escasez de los recursos, sino también porque tiene que dar respuestas óptimas a las demandas generadas desde su territorio. Las personas buscan una ciudad que avance, con oportunidades, y que permita el desarrollo personal o profesional; con servicios de valor y utilidad; que se pueda disfrutar y que favorezca la relación social; gobernada por personas en las que se pueda confiar; transparente y sostenible en el tiempo. ¿Mucho pedir? Por cierto que no. 

La inteligencia de la ciudad permite hacer más con menos. Aplicaciones en tiempo real colocan en los ciudadanos información transparente para tomar mejores decisiones, permiten salvar vidas, prevenir el crimen, reducir enfermedades, tener un transporte público eficiente, reducir los deshechos y conectar a la comunidad. Cuando las ciudades funcionan de forma más eficiente mejoran su productividad y atraen emprendimientos.

“Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones” (Adam Smith, 1776) observa que las acciones de muchas personas interesadas en sí mismas se combinan para crear mayores beneficios para la sociedad. Aquella “mano invisible” - la fuerza del mercado que ayuda a la oferta y demanda de bienes en un mercado libre para alcanzar el equilibrio, está muy presente en el trabajo en ciudades inteligentes. Cuando una empresa ve una oportunidad de negocio para ofrecer servicios de movilidad, los residentes de barrios marginados obtienen nuevas y mejores formas de ir al trabajo. Cuando un residente observa los datos de tráfico en tiempo real y decide salir en otro horario, evita agregar otro automóvil a las calles que empeoraría la congestión vial. Millones de decisiones y acciones individuales sumadas hacen que la ciudad en su conjunto sea más productiva y sensible.

Pero, así como los gobiernos a veces necesitan abordar las externalidades causadas por la “mano invisible”, los liderazgos de las ciudades deben administrar la actividad de una ciudad de forma inteligente, respondiendo a las consecuencias no deseadas y asegurando que todos se beneficien.

Tal cual se observa en otras ciudades de la zona austral de Chile, Punta Arenas posee el potencial de transitar en el sentido de ciudad inteligente. Distintas mediciones de instituciones independientes como el Índice de Calidad de Vida Urbana y algunas dimensiones del Índice de Bienestar Territorial ubican a Punta Arenas por sobre el promedio nacional, sin embargo, con importantes déficit y desigualdades territoriales. Esto ha sido, en parte, producto de la especial condición geográfica y climática que nos diferencia más notoriamente con el resto del país, pero también en parte producto de consistentes políticas públicas de los últimos 30 años. Pero el camino es muy largo y las complejidades son crecientes. Se observan no solo restricciones tradicionales como escasez de recursos, precaria conectividad inter e intrarregional, exceso de centralismo y falta de visión de largo plazo, sino que también importantes restricciones de capital humano, déficit de investigación y formación universitaria, y falta de focalización de recursos.

La constante búsqueda de oportunidades que hacen o intentan hacer las personas parece no encontrar atractivos suficientes en nuestra ciudad. Una levemente creciente, pero su vez escaza y poco preparada migración, no augura que el capital humano permitirá otros niveles de desarrollo en el mediano plazo. Con niveles de migración del orden del 3% de la población solo se logra mantener el magro crecimiento natural.

¿Se puede aspirar a obtener profesionales migrantes que permitan enfrentar los crecientes desafíos de la cuarta revolución industrial? Tal vez sí, o por lo menos se puede intentar. Silicon Valley, aquella subregión de California situada entre el sur de San Francisco y San José tiene una población compuesta por un 54% de migrantes y solo un 18% de “nativos” de California. Su riqueza reside en la gran capacidad de absorción de talento humano desde sus inicios, producto de un ecosistema de innovación capaz de crear los emprendimientos y avances en ciencias más importantes del mundo. Existen múltiples motivos para explicar el éxito de esa región, sin embargo, más allá de los recursos financieros, conocimientos tecnológicos, y razones culturales como el optimismo o la aceptación del fracaso, existe un “ambiente propicio” para la generación de conocimientos susceptibles de transformarse en negocios como en ningún otro lado del mundo. Ese ambiente es explicado por factores típicos de ciudades inteligentes.

Es mezquino comparar una región desarrollada con una en vías de desarrollo, sobre todo con condiciones tan disímiles, pero si se puede emprender hoy un camino en ese sentido. Iniciativas como el proyecto de Fibra Óptica Austral, la carretera de información que permitirá conectar a la Patagonia Chilena al mundo, ofrece oportunidades insospechadas en conectividad y servicios imposibles anteriormente. El fortalecimiento de la institucionalidad que permita el desarrollo de ciencia antártica de clase mundial puede permitir el desarrollo de liderazgos en investigación hoy día inexistentes a nivel internacional. La apertura de rutas de conectividad que permitan el acceso a la riqueza natural de una zona que posee más de la mitad de su territorio en zonas protegidas abre oportunidades de desarrollo desconocidas.

Pero nada es gratis, ni el éxito está garantizado. La ciudad que queremos - Punta Arenas - debe tomar con prontitud un camino que la lleve, en un plazo razonable, a un modelo de sostenibilidad que incorpore la suficiente tecnología e innovación que permita una mejora sustancial en la calidad de vida de sus habitantes, bajo la mirada de un modelo de ciudad inteligente.

Por Cristian Prieto Katunaric, Consejero Nacional CChC y Director de la Corporación de Desarrollo Tecnológico.

Columna de opinión publicada en la sexta edición de Magallanes Construye